Hace unas semanas tuve la ocasión de asistir a la gala que organizó el Club Gimnasia Rítmica Vida Gandia en la que pude conocer a Rebeca, una pequeña gimnasta que hizo de mí en el vídeo de felicitación navideño del Ayuntamiento de Gandia. Su madre me contaba que le planchó el pelo y todo buscando el parecido y que la niña estaba emocionada por conocerme.
El placer y el honor fue mío. Pude pasar un rato con Rebeca y el resto de niñas y comentar sus ejercicios, entrenamientos y sus sensaciones en un día tan especial para ellas. Todo esto me hizo recordar.
Desde los 10 a los 12 años hice gimnasia rítmica en el pabellón del polideportivo municipal de Gandia. Mi entrenadora se llamaba Esther y guardo gratos recuerdos de esos 3 años. Aprendí mucho de Esther.
Me gustaba practicar gimnasia rítmica porque lo tenía todo: baile, malabarismos, pelotas, cintas, volteretas, música…. Me sentía radiante cuando mi madre acababa de peinarme, con mi maillot de colores brillantes y la purpurina en la cara. Me encantaba entrenar con el resto de compañeras: Erika, Ana, Ruth, Alicia, Silvia… y aunque la gimnasia requiere mucha disciplina y esfuerzo, el ambiente que generaba Esther era familiar, cordial, pero nunca permitía que olvidaras cual era tu responsabilidad: intentar mejorar cada día junto al resto de tus compañeras.
En esos años puse en práctica conceptos como: disciplina, esfuerzo, constancia, sentido de la responsabilidad, trabajo en equipo y orgullo personal. Y algo fundamental: saber afrontar, controlar e incluso disfrutar esos momentos previos a ejecutar tu ejercicio. Años después me doy cuenta de la suerte que tuve al practicar este deporte con mis compañeras bajo la atenta dirección de Esther. De cómo logré controlar y gestionar mi cuerpo, mis temores y mis emociones.
Os puede parecer algo muy lejano, demasiado personal, incluso exagerado, quizás fruto del barniz idealizador que solemos darle a nuestros recuerdos de infancia. Pero os puedo asegurar que he conocido a muchos deportistas, cantantes o actores que exponen el trabajo de tantas horas en pocos minutos, incluso segundos; casi todos coinciden en que sienten una mezcla de emoción y miedo que, aunque parezca extraño, les hace disfrutar mucho más cuando compiten, cantan o actúan. Sin esa dosis de tensión, nada sería igual.
En esos 3 años mis compañeras y yo aprendimos a andar con mucho estilo, a mover los brazos y manos, a dar decenas de saltos y piruetas y a tener una flexibilidad que nunca más hemos vuelto a tener (la edad no perdona…jeje). Pero lo más importante, aprendimos a respetar y admirar al resto de compañeras y competidoras. Y aprendimos que cuando te caes al suelo en un giro por un mal apoyo, lo que hay que hacer es ponerse de pie, levantar la cabeza, sonreír y seguir realizando tu ejercicio. Todo el mundo perdona un error, pero el esfuerzo, la honestidad y el compromiso deben guiar tus movimientos. Así me lo enseñó Esther.